TECHO es una organización que busca una sociedad justa y sin pobreza. Nuestro mayor sueño es que nadie viva en un piso de tierra. A lo largo de mi experiencia en TECHO, he aprendido muchas cosas, pero hay dos que hasta el día de hoy me impactan profundamente.
La primera fue darme cuenta de que el derecho a la vivienda es para todos, o al menos debería serlo. Desde mi primera actividad como voluntario, entendí que algo estaba mal. Me tocó participar en la construcción de una vivienda de emergencia y esa experiencia lo cambió todo. Vi de cerca que no todos tenemos las mismas oportunidades y que una vivienda es más que solo una casa.
Durante esa primera construcción, trabajamos para el señor Bumaro y la señora Martina. Cuando llegamos a su hogar, nos encontramos con una casa hecha con cartón, láminas en mal estado y madera vieja. El piso era de tierra, y las goteras debían ser un problema constante cuando llovía. Supongo que en invierno el frío se colaba por todos lados. Dentro, apenas había dos camas en mal estado y una cocina improvisada con leña y ollas llenas de tizne. El baño no era más que una fosa. No había puertas ni ventanas que dieran privacidad o protección. No había un solo rincón que no reflejara lo que significa vivir en la precariedad.
Lo más impactante no era solo la fragilidad de la construcción, sino lo que eso significaba. Era la ausencia total de condiciones dignas de vida. En esa casa no había seguridad, ni estabilidad, ni acceso a servicios básicos. No era un hogar, era solo un espacio improvisado para sobrevivir.
En tres días, con su ayuda, logramos construir una nueva casa. Pero al volver a la mía, en mi cabeza solo había dos preguntas: ¿Cómo podían vivir ahí? ¿Por qué su casa estaba en esas condiciones?
Con el tiempo, fui entendiendo las respuestas. Conseguir una casa —y más aún, una vivienda digna— es un reto enorme. En teoría, el derecho a la vivienda es universal, pero en la práctica, si trabajas en la informalidad, no tienes acceso a un crédito para comprar una casa o construirla. Y entonces surge la pregunta que sigue golpeándome hasta el día de hoy: ¿qué pasa con todas las personas que trabajan en la informalidad?
Aquí entra la segunda cosa que me impactó profundamente: ni siquiera sabemos cuántas son. No hay datos reales sobre trabajos informales, sobre pobreza, sobre cuántas casas están construidas, sobre cuántas personas habitan un espacio. No hay información sobre familias enteras.
¿Por qué? Porque nadie levanta datos sobre los asentamientos informales. Ni siquiera el INEGI. Y si no están en las estadísticas, es como si no existieran. El señor Bumaro y la señora Martina no aparecen en ningún lado. Nadie ha documentado su realidad: que su casa tenía goteras, que cocinaban con leña en una cocina llena de tizne, que su baño era una fosa, que su empleo informal les impide acceder a un crédito para comprar una casa. No hay información porque nadie se ha tomado la molestia de conocer su historia.
Aquí es donde el problema se vuelve todavía más grave. ¿Cómo se soluciona algo que no está registrado? Si las familias que viven en asentamientos informales no aparecen en las estadísticas, no se generan políticas públicas para ellas. No se diseñan programas de acceso a vivienda que las incluyan. No se destinan recursos para mejorar sus condiciones de vida. Es un problema invisible para quienes toman decisiones, pero brutalmente real para quienes lo viven cada día.
Lo que más me sigue sorprendiendo es que, aunque la vivienda digna es un derecho, su acceso depende de cumplir requisitos que muchas personas en situación de pobreza no pueden cumplir. Si no tienes un empleo formal, no puedes acceder a un crédito de vivienda. Si no tienes vivienda, no tienes una dirección oficial para acceder a otros servicios básicos. Si no apareces en el sistema, es como si no existieras. Es un círculo vicioso en el que, por no cumplir con una serie de requisitos inalcanzables, se niega el acceso a lo más básico.
Por eso, en TECHO trabajamos para visibilizar a quienes viven en asentamientos informales. Porque antes de hablar de vivienda digna, necesitamos que al menos sean reconocidos en las estadísticas. Necesitamos que no sean excluidos del acceso a la ciudad y de los derechos que todos deberíamos tener.
Una casa no es lo mismo que una vivienda. Una casa puede ser solo cuatro paredes y un techo. Pero una vivienda digna es mucho más: espacios funcionales, acceso a servicios básicos como agua y luz, seguridad en la tenencia, buena ubicación con acceso a escuelas, hospitales y empleo. Una vivienda proporciona estabilidad, sentido de pertenencia y la posibilidad de construir un futuro.
Cuando el señor Bumaro y la señora Martina se mudaron a su nueva casa de emergencia, su realidad mejoró un poco. Pero una vivienda digna no se construye en tres días. No es solo poner paredes nuevas. Es garantizar que quienes las habitan tengan acceso a todo lo que necesitan para vivir con dignidad.
Por eso, no hay duda: «una vivienda es más que solo una casa».