«Tenemos que hacer segundos pisos, vayan a Shanghai, vayan a Tokio, están llenos de segundos pisos, y luego salen ahí disque activistas sociales que no le entienden a negar que hagamos un viaducto. Queremos conectar la carretera a Saltillo hasta el aeropuerto, sin semáforos, para que lleguen directo, con un viaducto en Morones, en frente la Línea 4 y 6 en Constitución; fregonada, primer mundo, y salen estos loquitos y loquitas a decir que no, que no hagamos más obra, pues yo a esos mira: ‘oídos sordos y a jalar.»
Estas fueron las palabras que Samuel García pronunció en un discurso la semana pasada. Más allá de los aspectos técnicos sobre los beneficios o afectaciones que pudiera generar un segundo piso, quisiera reflexionar acerca del fondo psicológico de estas las palabras y lo que revelan:
Primero, es necesario considerar el gran estrés al que el Gobernador está sometido. Su conflicto con el PRIAN (Congreso y alcaldes), la inseguridad creciente, la dinámica partidista y su relación con la candidatura presidencial; se necesita templanza y una mente disciplinada para malabarear todos estos temas de forma calculada, es decir, racional.
El cúmulo de situaciones a resolver, más el ataque constante por muchos frentes, puede detonar exabruptos que revelen la psicología de la persona. La literatura más reciente en el tema (Daniel Kahneman, Amos Tversky, Richard Thaler, Nicholas Taleb) demuestra que las mentes humanas tienen una capacidad limitada para tomar decisiones racionales. La mente es como una batería que se renueva diariamente. Cuando la batería se acaba, el sistema calculador de la mente entra en una especie de modo avión y deja que el sistema emocional y automático tome las decisiones. Esta es la mente de los exabruptos, de los deslices y los absurdos de la que todo político ha sido víctima (recordemos las famosas frases de políticos como “5, no, menos, como 7”, o “100 km por hora en hora y media”).
Imaginen esta postura ahora que sea candidato a la presidencia: “Como presidente prometo hacer oídos sordos a las organizaciones de la sociedad civil porque no le entienden, están locos”.
Samuel García no puede olvidar que él inició su carrera política como diputado local denunciando, visibilizando y criticando desde la oposición. Ahora que le toca la oportunidad de ejecutar, debe recordar siempre que la oposición, el debate y las contrapropuestas son características de una democracia saludable. Sin embargo, quizá se le olvida, otra vez, porque está sometido a una gran cantidad de conflictos que disminuyen su capacidad cognitiva para atenderlos uno a uno de forma racional.
Llamar “loquitos y loquitas” a las voces que tienen el derecho a ser escuchadas y declarar sus “oídos sordos” a ellas es un grave desliz en su discurso. Refleja las intenciones dictatoriales que cualquier político desea para llevar a cabo sus proyectos sin obstáculos ni críticos. Imaginen esta postura ahora que sea candidato a la presidencia: “Como presidente prometo hacer oídos sordos a las organizaciones de la sociedad civil porque no le entienden, están locos”.
Quizá peco de ingenuo al creer que la verdad sobre esas palabras es que García Sepúlveda no sabía lo que decía por estar bajo mucho estrés. En verdad, creo que sus intenciones están alineadas al desarrollo de Nuevo León. Sin embargo, las políticas públicas no se construyen con las buenas intenciones de una persona o un grupo, sino con el consenso de todas las visiones y participación de la ciudadanía.
En vez de hacer oídos sordos, el Gobernador debe hacer todo lo contrario. Formular una política de apertura al diálogo, al debate, a la inclusión de la sociedad civil en la planeación de políticas públicas y la toma de decisiones. Es la ruta lenta y difícil, pero también es democrática y sostenible a mediano y largo plazo. La nueva política no debería ser recordada como la política del conflicto, sino como la política del desarrollo por consensos, pero sobre todo como la política que escuchó y tomó en serio a los ciudadanos organizados.