Vivimos en un ecosistema urbano, lo que implica visibilizar la vida en sus diversas formas al interior de la metrópoli; de esta suerte que encontramos organismos silvestres abriéndose paso junto -al margen, y a pesar- de las aceleradas dinámicas urbanas.
En el marco de la Cumbre de Innovación Climática convocada por PVBLIC en Monterrey este julio del 2022, desde SOSAC compartimos la perspectiva a partir de la cual trabajamos aportando a la seguridad hídrica desde la sociedad civil. Hablamos de reconocer y valorar las diversas formas de vida, tantos organismos que persisten, subsisten y hasta coevolucionan abriéndose paso entre banquetas, placas de concreto, piedemontes aún sin «desarrollar», lotes baldíos y al interior de cuerpos de agua contaminados. El ecosistema guarda aún su capacidad regenerativa; todo comienza por reconocer nuestra relación vital con la naturaleza.
Partamos de la definición de «seguridad hídrica» que comparte la Alianza Latinoamericana de Fondos de Agua: es la capacidad humana de proteger el acceso sostenible al agua para el mantenimiento de los medios de vida, el bienestar y el desarrollo socioeconómico, al mismo tiempo que emprende acciones para proteger los ecosistemas que brindan el recurso hídrico.
Para lograr esta capacidad es ineludible abordar la seguridad hídrica desde sus 5 dimensiones: ambiental (restablecer ecosistemas, acuíferos y ríos saludables); doméstica (satisfacer las necesidades sanitarias y de agua para consumo en los hogares en todas las comunidades urbanas y rurales); económica (apoyar las actividades económicas productivas como la agrícola, industrial y energética); urbana (desarrollar metrópolis y ciudades saludables dinámicas y habitables con una sólida cultura del agua) y; resiliencia ante desastres naturales (construir comunidades resilientes y adaptables al cambio climático).
«Seguir excavando pozos para extracción y construyendo presas no será suficiente; por el contrario, acelerarán la degradación ambiental a la que estamos ya sujetos.»
Si el ciclo hidrológico no funciona, ya no encontraremos agua donde aún hoy lo hacemos. Se trata de los servicios ambientales: todos esos procesos que dan viabilidad a la vida, que se traducen en medios de subsistencia y beneficios para las sociedades humanas. Es decir, que seguir excavando pozos para extracción y construyendo presas no será suficiente; por el contrario, acelerarán la degradación ambiental a la que estamos ya sujetos. Y es que hemos creído que la humanidad puede escapar de la red de la vida, de la biósfera, de la madre Tierra… y continuar no obstante el “desarrollo” interactuando con ella como si se tratase de un estanquillo de provisiones que nunca cobrará el crédito a nuestro favor. La única manera de asegurar el agua para todos, incluyendo a las futuras generaciones, es con iniciativas enfocadas al rescate de agua para los ecosistemas: lograr caudales ecológicos para nuestros ríos (el mínimo necesario de agua limpia en flujo libre para sostener al ecosistema funcionando).
En los ecosistemas urbanos la composición y estructura del paisaje está regida por las decisiones de los seres humanos. Hablar del ecosistema urbano implica reconocer y asumir las condiciones que hemos generado en las ciudades -mayormente desfavorables para la red de vida de la que dependemos-. Son aquellos ecosistemas que incluyen poblaciones humanas densas que han desplazado a las comunidades biológicas preexistentes y donde incluso la infraestructura urbana (calles, casas, edificios, drenajes, plazas con y sin espacio para cobertura vegetal, etc.) ha transformado las características fisiográficas. Hay grandes similitudes, por supuesto, al hablar de la vida que florece en las ciudades sobre la faz de la Tierra, incluso cuando revisamos los listados de organismos presentes podemos encontrar una serie de especies que parecen acompañar a los humanos con mayor persistencia que otras. Sobresale la presencia de especies exóticas invasoras; en particular las plantas invasoras son consumidoras voraces de agua y agotan abruptamente el nitrógeno del suelo, rompiendo el equilibrio local al competir con las especies nativas que, de por sí, en la ciudad tienen muy poco espacio disponible. Las plantas, que son bombas de agua vivientes, pueden jugar a favor del ecosistema; pero las exóticas invasoras que encontramos en nuestros cuerpos de agua, hacen todo lo contrario.
«La única manera de asegurar el agua para todos, incluyendo a las futuras generaciones, es con iniciativas enfocadas al rescate de agua para los ecosistemas: lograr caudales ecológicos para nuestros ríos (el mínimo necesario de agua limpia en flujo libre para sostener al ecosistema funcionando).»
A través del voluntariado, desde SOSAC promovemos la adopción de las medidas de cuidado del ecosistema urbano puestas en práctica durante nuestras actividades (remoción de residuos sólidos urbanos y vegetación exótica invasora en cuerpos de agua). Buscamos que la ciudadanía consciente del ecosistema urbano y de nuestras dinámicas en él, sea capaz de imaginar, diseñar y emprender estrategias colaborativas que activen los servicios municipales necesarios para mejorar nuestro entorno, aprovechando la vida que se abre paso en los cuerpos y vasos conductores de agua al interior de la ciudad. Sin embargo, es aún poca la gente que observa y aborda esta situación y no está articulada como para trabajar por el bien común.
La relación que guardamos como ciudadanos con los ecosistemas está hoy invisibilizada por la manera de hacer ciudad. Revisemos nuestro más evidente soporte de vida: los alimentos se producen lejos y al exterior de la ciudad; además, se incentiva culturalmente la vida individual y la solución de problemáticas echando mano del mercado y menospreciando la capacidad de organizarnos para el bien común. Si no tienes agua saliendo del grifo, cómprala; lo bueno es que hay trabajo. No importa que sea un derecho humano. La primera llave que cerramos es la que asegura nuestro derecho al agua: las concesiones administradas por Agua y Drenaje de Monterrey. En la ciudad de Monterrey -y por ende en Nuevo León- primero está el trabajo, luego la vida humana; el resto de formas de vida que se formen a ver qué les alcanza.
«Las plantas, que son bombas de agua vivientes, pueden jugar a favor del ecosistema; pero las exóticas invasoras que encontramos en nuestros cuerpos de agua, hacen todo lo contrario.»
Estamos ante un escenario donde la ciudadanía ha hecho suyo este imaginario individualista de “sálvese quien pueda”, manteniendo artificialmente, con pinzas, el valor agregado en zonas exclusivas y en inmuebles de lujo que ya no pueden ofrecerse así, porque no hay agua, porque no hay aire limpio. La ciudad es cada vez menos vivible, excluye a las mayorías y refuerza constantemente la importancia de consumir a toda costa: primero es el trabajo y el dinero que genere.
«La relación que guardamos como ciudadanos con los ecosistemas está hoy invisibilizada por la manera de hacer ciudad. Revisemos nuestro más evidente soporte de vida: los alimentos se producen lejos y al exterior de la ciudad; además, se incentiva culturalmente la vida individual y la solución de problemáticas echando mano del mercado y menospreciando la capacidad de organizarnos para el bien común.»
Es deplorable la accesibilidad a espacios verdes urbanos y a rincones que se conservan más o menos “naturales” al interior y alrededor de la ciudad, siendo espacios que podrían generar beneficios socioambientales, hoy sirven como tiraderos de basura y están asociados a las poblaciones más vulneradas y marginadas históricamente. Estas condiciones del ecosistema urbano dan cuenta de las prioridades de la ciudad y de los intereses detrás: el beneficio privado de un modelo económico muy eficiente para incrementar las desigualdades.
Estamos en una ciudad que no valora la vida si tiene dinero a un lado; y vaya que producimos dinero, mientras la planta laboral sobrevive en las peores condiciones ambientales. En esa ciudad nunca lograremos seguridad hídrica, no podremos salir de esta, si no cambiamos nuestras prioridades y entendemos que “seguir creciendo ante la crisis” es insostenible.