La educación cívica son las habilidades que adquirimos para convivir con quien nos rodea, el interactuar con el sistema político que nos rige y utilizar las herramientas que nos ofrece para transformar eso que no nos gusta o no estamos de acuerdo.
Y llega el periodo electoral. Esta época cada tres años, en donde todas y todos recordamos que vivimos en una democracia representativa y hay que votar “por la/el menos peor” ó “por la/el que nos da mejor vibra” ó “por la/el que es más cercano a nuestros círculos sociales”
Se llena la ciudad de panorámicos, están en las noticias hablando que si uno se peleó con el otro, y viceversa, que si fue él o ella quién se robó más dinero. Las redes sociales no son la excepción, ya que la pandemia obligará a que las campañas tengan que ver más con medios de comunicación (tradicionales y digitales) que con el trabajo conocido como “de tierra”. Tendremos como tres o cuatro meses de muchísima información, no sé si toda sea relevante, sobre lo que dicen o dejan de decir las y los candidatos.
Las campañas políticas hoy en día no son de propuestas, no son conversaciones para debatir las ideas que podrían cambiar el rumbo que llevan nuestras ciudades, nuestros estados, nuestro país. Vemos campañas llenas de descalificaciones entre las y los diferentes candidatos, así como con concursos de popularidad. Las redes sociales como Instagram y Tik Tok sobre todo, ahora incluyen coreografías y bromas para incentivar el voto.
¿Qué se necesita para que las personas salgan a votar? ¿Qué tan importante es esto?
En el 2018, 30 millones de personas no votaron. Si estos 30 millones de personas hubieran salido a votar, probablemente la elección en más de un municipio o diputación local o federal hubiera cambiado, y claramente, la presidencial. A esto, hay que sumarle los 5 millones de jóvenes entre 18 y 21 años que votarán por primera vez. En otras palabras, si todas y todos los que salimos a votar en 2018 votáramos hoy por el mismo partido que lo hicimos en 2018, aun así hay 35 millones de personas que pueden cambiar totalmente el rumbo.
Más o menos, 35 millones de personas, equivalen a poco más de la cuarta de parte de la población en México. ¿Enorme, no? De ese tamaño es el problema de la mal llamada “apatía” en el país.
Para mí, no es apatía, es desencanto, desinterés, desconfianza. Esto se alimenta todos los días cuando las y los representantes no cumplen con lo que prometen en campaña y no representan los intereses de la ciudadanía, sino los propios. Sin embargo, ¿por qué ocurre esto? Pareciera que ya están tan “normalizados” la corrupción y el tráfico de influencias; que no sabemos cómo es vivir en una sociedad diferente que la que vivimos hoy, o en dónde empezó realmente el problema.
«Una nación de ovejas, engendra gobiernos de lobos.»
Edward R. Murrow
El periodista estadounidense, Edward R. Murrow, nos comparte una frase para acercarnos a la raíz del problema: “una nación de ovejas, engendra gobiernos de lobos.” Si bien, él es un periodista de principios del siglo XX, su frase no ha dejado de ser válida. Mientras no haya ciudadanas y ciudadanos críticos y participativos en asuntos públicos, seguirá habiendo gobernantes que abusen de la confianza y del poder que les otorgue la ciudadanía.
En este orden de ideas, se vuelve un poco el dilema del huevo o la gallina. ¿Qué fue primero: malos gobernantes o mala ciudadanía? Yo estoy segura que primero fue la mala ciudadanía.
Ahora bien, ¿cómo le hacemos para formar una ciudadanía informada, crítica y participativa? ¿qué podemos hacer para construir sociedades más justas y equitativas, esas que todas y todos anhelamos? ¿qué hacemos para quitar eso de “mala” ciudadanía? ¿Cómo aprendimos a ejercer nuestra ciudadanía?
Es justo ahí el corazón el problema. Nadie nos dijo que teníamos tales o cuáles derechos ni cómo podíamos ejercerlos. Nadie nos dijo que los representantes son eso, alguien que habla y actúa por nosotros. Nadie nos dijo nunca que podía ser de otra forma. Nadie nos dijo nunca que los gobiernos podían ser liderados por personas íntegras y preocupadas por el bien común. La educación cívica no tiene nada que ver con memorizar fechas, lugares o personajes históricos. La educación cívica son las habilidades que adquirimos para convivir con quien nos rodea y el interactuar con el sistema político que nos rige y utilizar las herramientas que nos ofrece para transformar eso que no nos gusta o no estamos de acuerdo.
Apostar por la educación cívica hoy, nos ayudará a prevenir gobiernos de lobos, de tiranos. La educación cívica es la única arma que tenemos como ciudadanía para hacer un contrapeso real al poder público. No se trata ya de lo que ellas o ellos crean que es mejor o peor, se trata de lo que todas y todos creemos que es lo correcto.