Si bien es cierto que hoy en día hay más mujeres preparadas y conocedoras de sus derechos, esto no ha sido suficiente para erradicar la violencia en contra de ellas. ¿Por qué?
¿Qué sucede que la violencia hacia las mujeres sigue aumentando día con día?
De acuerdo con datos de la ONU en México asesinan a 10 mujeres cada día, asímismo reporta que durante la pandemia por el COVID 19, la violencia hacia las mujeres ha aumentado un 60%, son datos alarmantes considerando que en México 2 de cada 3 mujeres manifiestan haber sufrido algún tipo de agresión en su vida.
El problema de la violencia hacia las mujeres no es reciente, pero nos preocupa grandemente que se esté incrementando en lugar de disminuir. Si bien es cierto que hoy en día hay más mujeres preparadas y conocedoras de sus derechos, esto no ha sido suficiente para erradicar la violencia en contra de ellas. ¿Por qué?
Para avanzar en la erradicación de la violencia de género tenemos que empezar por entender sus raíces. Una de las principales características de la violencia contra las mujeres y niñas es que se utiliza como una forma de mantener la subordinación de la mujer respecto al hombre. Tiene sus orígenes en el desequilibrio de poder y la desigualdad estructural entre hombres y mujeres anclada al sistema patriarcal, de ahí su prevalencia a través del tiempo.
Se trata de un problema estructural, en donde el patriarcado domina el orden social. Este dominio se encuentra construido a través de relaciones y prácticas que se dan tanto en el ámbito público como en el ámbito privado, en donde se preservan las formas de poder y control, manteniendo los privilegios y las jerarquías en beneficio de los hombres sobre las mujeres, cuidando preservar para el género masculino el rol de dominio, poder y control.
La violencia está asociada con ver a la mujer como un objeto, que puede ser poseído, intercambiado, comprado vendido, usado y desechado a voluntad de él o los varones, tanto en el ámbito público como en el ámbito privado.
En la construcción de lo masculino y lo femenino persiste la idea de que la mujer es propiedad del hombre y que como tal puede disponer física, emocional y sexualmente de ella, creando un sentimiento de superioridad de los hombres respecto de las mujeres, de esta manera la sexualidad femenina es percibida en función del deseo masculino. Al mismo tiempo se ha construido una masculinidad anclada a la violencia, a la competencia y a la dominación, en donde el hombre tiene que ser fuerte, no se le permite mostrar sus sentimientos, creando un miedo a ser vulnerable y ser considerado “poco hombre” si no se cumple con el estándar establecido.
La violencia está asociada con ver a la mujer como un objeto, que puede ser poseído, intercambiado, comprado vendido, usado y desechado a voluntad de él o los varones, tanto en el ámbito público como en el ámbito privado. Un objeto que como tal no tiene derechos, estos derechos solo le son asignados al varón y de ahí la justificación de la violencia.
Justificación que viene en múltiples formas y expresiones, revictimizando a las mujeres, culpándolas de haber sido víctimas de violencia por lo que hacen o dejan de hacer, por la forma de vestir, por el lugar en donde estaban, en lugar de sancionar el comportamiento masculino se sanciona el comportamiento femenino, culpando a la víctima de su propia situación y exculpando de facto al agresor.
¿Cuántas más tienen que morir para que, como sociedad, digamos basta; para que la indignación y rabia colectiva lleven a un cambio profundo?
Es lamentable que las mujeres tengan que vivir permanentemente con miedo, con miedo a que algo les suceda, miedo a ser violentadas sin motivo ni razón, sólo por el hecho de ser mujeres, expuestas constantemente a la violencia, en la calle o en la casa, por alguien cercano o por algún desconocido, con acciones que van desde los piropos, hasta el feminicidio. Las mujeres, sin quererlo, se ven en constante riesgo de agresión.
Regreso nuevamente a la pregunta original ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuánto?, y agrego ¿hasta cuántas? Cuántas más tienen que morir para que, como sociedad, digamos basta; para que la indignación y rabia colectiva lleven a un cambio profundo.
Tenemos que reconocer la gravedad del problema y construir de manera colectiva un nuevo paradigma, una sociedad de derechos para todas y todos, igualitaria sin privilegios para unos a costa de la sumisión o el sufrimiento de otras, esto no puede esperar más, hay que hacerlo ya.
Las marchas multitudinarias del pasado 8 de marzo mostraron el nivel de hartazgo de las mujeres hacia esta grave problemática. Urge que, como comunidad unida, deconstruyamos este sistema y avancemos hacia una verdadera igualdad, en donde las mujeres gocemos de plenos derechos y podamos vivir seguras y en paz.