Dentro de las teorías que abordan el papel de la ciudadanía, la visión liberal entiende ciudadanía como una cuestión individual, en donde la persona tiene derechos y obligaciones, y debe actuar para la defensa y cumplimiento de estos. La perspectiva expansionista, por otro lado, define al ciudadano por su ejercicio de participación en los asuntos públicos. Ambas son visiones legalistas que suponen que el Estado de derecho exista a cabalidad, respetándose la ley desde lo institucional, que la corrupción, el clientelismo y otras prácticas similares no existan. Bajo esta definición, en un país como México estaríamos impedidos de ser y tener ciudadanos y ciudadanas. Sin embargo, como Paula López y Ariadna Acevedo plantean, en medio de estas condiciones hay personas que han sabido ejercer su ciudadanía a pesar de los obstáculos. Al hacerlo, estos ciudadanos y ciudadanas inesperadas, han ampliado las oportunidades y mejorado la vida del resto.
La ciudadanía como algo cotidiano, no de papel ni un tipo ideal, equivale a un espacio de negociación y conflicto con la autoridad y la ley. Eduardo Quintanilla entendía esto a la perfección: para avanzar, hay que presentarse, arremangarse y hay que trabajar.
Eduardo Quintanilla era un soñador aterrizado: sabía que para construir la ciudad que quería, tenía que dar un paso a la vez. No como señal de conformismo, sino de consolidación. Cada paso tenía que ser uno firme, con intención y rumbo claros.
Hay personas que han sabido ejercer su ciudadanía a pesar de los obstáculos. Al hacerlo, estos ciudadanos y ciudadanas inesperadas, han ampliado las oportunidades y mejorado la vida del resto.
Eduardo no era un ciudadano por él o sus obligaciones propias, sino por cómo le permitía relacionarse con las demás personas y con su comunidad: desde lo más cercano hasta las causas universales. En el ejercicio de ciudadanía que Eduardo nos enseñó se tiene que ser solidario y se debe luchar; se tiene que dar y hay que exigir. Siempre considerado con sus amistades, vecinos y su barrio, Eduardo compartía su comida, su tiempo y sus conocimientos. Al tiempo que llamaba a un ayuntamiento, escribía una editorial denunciando un abuso y documentaba una obra mal hecha. Y, sobre todo, Eduardo era también el primero en apuntarse para revisar una ley, trabajar en un consejo público o dar información técnica para ayudar el proyecto de algún municipio.
Caminar, acto básico para poder vivir en una ciudad, en Monterrey es un acto de condena, resistencia y rebeldía. Pero habitar la calle, caminar, tiene el potencial de ser un instrumento que conecte personas, que nos haga partícipes de nuestro entorno y, en consecuencia, nos haga cuidarlo y nutrirlo. Reducir la brecha entre esos dos extremos fue la causa de Eduardo.
Respetar la banqueta es una exigencia que va desde lo más cotidiano hasta lo más trascendental de la experiencia de las personas en comunidad. La posibilidad de desplazarse de forma segura, sin obstáculos, cómodamente abre toda una gama de oportunidades para quienes habitan las ciudades. Cuestiones prácticas como la reducción del gasto en transporte, mejora de la calidad del aire y el aumento de tiempo de ocio son efectos evidentes de esto a nivel internacional. Hay también un lado romántico, que no ingenuo, en esta causa: la de hacer de la ciudad un espacio verdaderamente común, donde se comparte con vecinos no solo unos cuantos metros cuadrados de cercanía, sino la conversación, el tiempo, los cuidados y muchas carcajadas.
Respetar la banqueta es una exigencia que va desde lo más cotidiano hasta lo más trascendental de la experiencia de las personas en comunidad. La posibilidad de desplazarse de forma segura, sin obstáculos, cómodamente abre toda una gama de oportunidades para quienes habitan las ciudades.
Eduardo pensaba, hablaba y actuaba su ciudad. Era su casa, la cual amaba tanto, que la retrataba cotidianamente y despotricaba contra quienes la maltratan. De ese amor y entrega tuvimos el honor de presenciar el surgimiento del ciudadano inesperado que nuestro Monterrey necesitaba: crítico, luchador, negociador, diseñador. Con su partida solo nos queda honrarle siguiendo su ejemplo, atreviéndonos a ser lo inesperado.