Esta responsabilidad de ser objetivos y razonables es ineludible para las organizaciones de la sociedad civil. También lo son la autocrítica y la humildad: ningún pecado cobra mayor factura a las personas e instituciones percibidas como exitosas que la soberbia. Debemos hacernos preguntas difíciles y a veces incómodas
En el centro de la vorágine, es difícil mantener la ecuanimidad. Normalmente, todo tipo de prejuicios, sesgos, puntos ciegos y dogmas distorsionan nuestra percepción de la realidad. Ahora, en medio de una crisis cuyos alcances e implicaciones nadie puede vislumbrar, somos más susceptibles de ceder a la tentación de explicaciones simplistas o mágicas, o bien de paralizarnos ante la incertidumbre.
Nos duele ver la realidad con los ojos abiertos: muertes en soledad, sistemas de salud rebasados, pérdidas de empleo, cierres de negocios, violencia y desesperación. ¿Cómo no estar deseosos de buenas noticias? ¿Cómo no molestarnos con quien nos advierte sobre la falsedad de esa vacuna anunciada por WhatsApp o esa solución que confirma nuestras convicciones? ¿Cómo no sospechar de todo tipo de intereses oscuros detrás de nuestro sufrimiento?
El problema es que, como el adicto que encuentra solaz en el escape, sucumbir a la solución fácil lleva a un crudo despertar. En nuestra crisis actual, lo vemos en el contraste entre los países gobernados por demagogos irresponsables y aquellos dirigidos por líderes que se dejan guiar por la ciencia y los expertos. Siempre habrá errores, pero la auténtica compasión parte de tomar decisiones difíciles y no siempre populares.
Esta responsabilidad de ser objetivos y razonables es ineludible para las organizaciones de la sociedad civil. También lo son la autocrítica y la humildad: ningún pecado cobra mayor factura a las personas e instituciones percibidas como exitosas que la soberbia. Debemos hacernos preguntas difíciles y a veces incómodas: ¿Por qué los países gobernados por mujeres han tenido mejores resultados en la pandemia? ¿Hasta dónde formamos parte de estructuras o sistemas obsoletos que perpetúan injusticias? ¿Qué nos ha impedido tener un mayor impacto en nuestra comunidad? ¿De qué privilegios gozamos que nublan nuestra imparcialidad? ¿Qué luchas debemos encabezar y cuáles dejar a otros?
La pandemia nos llama a dar respuestas claras y desinteresadas a estas preguntas; a ver nuestra realidad con ojo clínico y cambiar paradigmas; a buscar soluciones que ayuden a las personas más vulnerables e impactadas. La sociedad civil organizada tiene el difícil papel de señalar las verdades que muchos no quieren escuchar, impulsar cambios que otros resisten, lograr más resultados con menos recursos, y mantener la ecuanimidad en la zozobra. Si hacemos el esfuerzo, las respuestas a estas difíciles preguntas nos ayudarán a construir una sociedad más justa y sustentable, más allá de las exigencias del momento. Ninguna sociedad civil como la regiomontana, y ningún estado como Nuevo León, para afrontar este reto con éxito.