Participación Ciudadana – ¿Y yo por qué?

El presidente John F. Kennedy, en su discurso inaugural, resaltó la importancia de la participación cívica y el servicio público a través de su famosa frase “Ask not what your country can do for you – ask what you can do for your country”. En muchas sociedades se destaca la importancia de la participación ciudadana como un eje fundamental en la construcción del bien común y un mejor futuro compartido. 

Sin embargo, en México los niveles de participación ciudadana y solidaridad comunitaria son relativamente bajos. Son muy pocos los mexicanos que donan tiempo, talento o tesoro a través de organizaciones de la sociedad civil. No es la única manera de aportar al bien común, pero sí creo que es efectiva y sumamente necesaria. 

Estar convencidos de los beneficios que trae el bien común.  Creer que nuestro propio bienestar será más pleno si todos pueden tener oportunidades y condiciones para una buena vida. 

En las últimas semanas he estado pensando sobre qué valores, creencias y/o capacidades necesita tener un ciudadano para participar activamente en proyectos de sociedad civil. El identificar estas causas que nos mueven puede ayudar a reflexionar y promover espacios, procesos educativos, y otros mecanismos que nos encaminen a ampliar el número y el nivel de compromiso ciudadano. Sin incorporar a nuestra cosmovisión y estructura de valores algunas de las siguientes creencias, sería difícil  lograr la participación ciudadana relevante. 

Ilustración por Adrián Oviedo para Consejo Cívico
  • Ser empáticos. Las personas tenemos simpatía y empatía de manera natural por aquellos que son cercanos y que consideramos parte de nuestra propia definición de “nosotros”. En la medida en que ampliemos ese círculo, y que “otros” puedan formar parte de ese “nosotros”,  seremos más activos y proactivos en buscar el desarrollo de bienes públicos y bien común. De alguna manera, esto inicia cuando estamos dispuestos a conocer al otro y sus circunstancias. 
  • Estar convencidos de los beneficios que trae el bien común.  Creer que nuestro propio bienestar será más pleno si todos pueden tener oportunidades y condiciones para una buena vida. 
  • Partir de una ética y valores personales en donde entendemos el servicio y cuidado de los demás como parte de nuestra responsabilidad,  siendo algo que incluso disfrutamos y valoramos. Como dijo San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir”. 
  • Pasar de la molestia o la queja a la propuesta, la acción y el cambio implica creer que se puede incidir de alguna manera y mejorar las condiciones futuras, incluso si las posibilidades son limitadas. Partir de la esperanza. 
  • Creer que ni el gobierno por si solo, ni cada individuo persiguiendo su propio interés (incluso dentro del marco legal) son fuerzas capaces o suficientes para la construcción de un mundo más prospero y más justo. 
  • Creer que toda sociedad no solo debe ver por sus derechos, sino también corresponder con cierta simetría de obligaciones hacia los demás. 
  • Tener interés, quizá hasta pasión, por mejorar alguna situación de injusticia, que cause dolor o afecte la vida de otros (por ejemplo, temas de discriminación, abuso, destrucción del medio ambiente o inequidades).  

Me queda la duda de qué tan resueltas debemos tener nuestras propias necesidades personales o familiares antes de contar con la capacidad de participar de alguna manera en la construcción de proyectos en pro de los demás. Sin duda algo de esto juega en las prioridades, recursos y energía que disponemos, pero intuyo que no es necesario tener resueltas las necesidades propias para mirar más allá de nosotros mismos.

Gabriel Zaid, en su libro “Mil palabras”, reflexiona sobre el adjetivo civil y su evolución en el tiempo y comenta lo siguiente: “no fue vivir en la ciudad (civitas) lo que dio nombre al ciudadano (civis), sino los ciudadanos los que dieron nombre a la ciudad… Se decía civis meus, lo cuál sería absurdo traducir como mi ciudadano. La traducción es mi conciudadano. Cada uno era civis con respecto al otro, no con respecto a la civitas”. Lo que nos hace ciudadanos es nuestra responsabilidad hacia los otros con los que hacemos ciudad. 

Estas creencias y capacidades no se dan de manera natural o en automático. Por el contario, requieren que se siembren y se nutran en la mente y el espíritu de las personas. Son una narrativa que debe surgir desde las escuelas, ejemplificarse en las familias, celebrarse en los medios y espacios públicos, facilitarse desde el gobierno y fomentarse en las empresas y organizaciones de nuestra sociedad. Y es aquí donde se requieren los esfuerzos colectivos de los ciudadanos y en especial de los ciudadanos que son parte de la sociedad civil organizada para seguir inspirando, invitando y creando espacios para mayor y mejor participación en lo público desde la ciudadanía activa. 

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